Visibilización, acción y sincronización. Son las palabras con las que el profesor Gonzalo Llamedo Pandiella, miembro de la Cátedra Concepción Arenal de Agenda 2030 de la Universidad de Oviedo, resumía como moderador el contenido de la mesa redonda celebrada el pasado 25 de septiembre, denominada “Educación para el Desarrollo Sostenible: Retos pendientes tras 10 años de la Agenda 2030”.
La directora de la Cátedra, Rosario Alonso Ibáñez, fue la encargada de presentar el acto, que tuvo lugar en el edificio histórico de la Universidad. “Nadie puede sentirse ajeno a lo que tiene definido la hoja de ruta de la Agenda, y uno de sus objetivos es alcanzar una educación de calidad”, señaló.
Participaron en el debate, de carácter multinivel, tres docentes con una experiencia dilatada en el ámbito: María Aquilina Fueyo Gutiérrez, Profesora en el Área de Didáctica y Organización Escolar en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Oviedo, María Dolores Pevida Llamazares, Inspectora de Educación de la Consejería de Educación del Principado de Asturias, y Carlos Froilán Pérez Lera, Director del Colegio Público Severo Ochoa de Gijón.
¿Cuál es el impacto de la Agenda 2030 en la educación en Asturias?
Sobre esta primera cuestión, Dolores Pevida señaló que es difícil medir dicho impacto porque las cuestiones relativas al ámbito educativo hay que medirlas a medio y largo plazo. Sin embargo, reconoció que “todo el esfuerzo realizado por las administraciones” en torno a la regulación ayuda a reorganizar los centros y “empuja a los equipos docentes a tener esos elementos clave en su cabeza”. Desde ese punto de vista, sí cabe reconocer un avance. “Desde la Agenda se lanzan retos estructurales y en Asturias no estamos tan mal”, concluyó.
Para Carlos Pérez, la LOMLOE ha significado un cambio reseñable porque es “un paraguas estupendo” para desarrollar una educación en materia de sostenibilidad, que ahora mismo, desde su experiencia, sí es posible realizar en la educación infantil y primaria.
De igual modo, la profesora Fueyo reconoció que la Agenda 2030 ha favorecido la promoción de un debate en torno a la educación ambiental y el desarrollo sostenible, lo cual antes no era tan común y, por suerte, ahora no hay que explicarlo ya. Sin embargo, también destacó que “hay otras cosas que no han funcionado tan bien”. Por ejemplo, la formulación de la Agenda 2030 desde una óptica “desde un punto de vista occidental y buenista”, que, en ocasiones, entra en contradicciones en la formulación de los distintos ODS, como el intento de acabar con la pobreza en un sistema capitalista y, al mismo tiempo, el interés por tratar de conseguir mercados competitivos. “Nuestro sistema de vida en occidente no es sostenible, porque un crecimiento implica un decrecimiento selectivo, tiene que haber un pacto para que todos hagamos un sistema de vida sostenible”.
¿Habría que replantear los debates sobre la Educación para el Desarrollo Sostenible?
En opinión de Aquilina Fueyo, hay que “replantearse o reconceptualizar, plantearse una educación sobre el mundo de manera crítica, pero también a nivel local. Respetar a la naturaleza y los seres vivos tiene que formar parte de la educación”.
A este respecto, la profesora Pevida añadió que “cuando estás frente a realidades diferentes, como alumnado de distintos puntos de la Tierra, toda esa transmisión de habilidades en torno al Desarrollo Sostenible son muy variadas, y las posiciones de los alumnos ayudan a la reflexión”.
¿Hay un interés por parte del profesorado en contribuir al desarrollo de la Educación para el Desarrollo Sostenible?
Carlos Pérez explicó que en su entorno se integra con un enfoque transversal. “Tratamos de que impregne el curriculum: consumo responsable, las 4R, etc., y también tratamos de llevarlo a la práctica. Queremos que el alumnado sea protagonista en la toma de decisiones”, aunque a veces hay resistencias, como puede suceder ante cualquier otro tema.
Para Aquilina Fueyo, el hecho de que no se hagan más proyectos en esta dirección desde la Universidad puede deberse, entre otras cosas, a que “se prima más la investigación que la docencia”, lo cual reduce la posibilidad de que el profesorado atienda a estos aspectos. Además, parece que se tiende a una cierta despolitización de la universidad, pues hay iniciativas que quizás no son bien recibidas por todo el mundo, como la igualdad de género, de modo que se plantea un terreno de juego que algunos consideran incómodo. Por otro lado, señaló, lo que falta es mucho trabajo coordinado, sostenido y en red. “Se nos da bastante mal trabajar en red, fuera de nuestros muros y lo que importa para los estudiantes está fuera no dentro. Hay un cierto autismo institucional”, concluyó.
La profesora Pevida suscribió que “queda mucho por hacer” y destacó la importancia de considerar el rol del profesor como agente de cambio social. Carlos Pérez apuntó también que es preciso valorar esta mayor o menor implicación del profesorado en su contexto y en las posibilidades reales que ofrecen los centros educativos y las dinámicas internas, pues “la vida de los centros a veces choca con la sostenibilidad”, como se observa en las modalidades de suministro de la alimentación a los estudiantes o en el tipo de consumo energético que se sigue manteniendo en determinadas instalaciones antiguas.
¿Qué prioridades se deberían asumir en Asturias de aquí a 2030 para seguir avanzando en materia de EDS?
Dolores Pevida resaltó que hace falta conexión con la realidad. Si llevamos a las aulas esa dinámica de plantear un determinado problema, un reto al que los alumnos deban dar una respuesta, contribuiremos a generar un proceso de aprendizaje diferente. Esa conexión con la realidad va asociada a un cambio de rol del profesor, a la incorporación de metodologías diferentes y a una mayor implicación del docente. También pasa por hacer un seguimiento de lo que se ha trabajado y de generar proyectos que se puedan transferir a otros entornos, ya que “muchas veces esos proyectos no trascienden. Tenemos que ser insistentes con el tema de la formación, acción en la formación. En este asunto estamos todos”.
Por su parte, el profesor Pérez destacó la importancia que tiene trabajar en común, de forma colaborativa. A modo de ejemplo, explicó cómo su centro se animó a crear un grupo de trabajo “que fuera mucho más allá. Implicar a personas de fuera del centro educativo, crear procesos participativos compartidos”.
En la misma línea, a propósito de la Educación Superior, Fueyo considera que la receta sería más trabajo en red, “no tan cerrado en los muros de la Universidad”, políticas institucionales y transferencia social, no solo transferencia económica. “Devolver lo que sabemos y podemos aportar, en esto coincide todo el mundo pero luego cuesta ponerlo en marcha. En solitario no se hace nada”, afirmó. Por otra parte, es necesario poner el foco en el trabajo de acompañamiento y sensibilización del estudiantado: “Los alumnos saben que consumen por encima de las posibilidades del planeta, pero son una generación en espera, por problemas de tipo económico no pueden desarrollar sus proyectos de vida”.